¿Carisma o estigma?
Los líderes poseen una «diferencia» que les permite destacarse del resto de las personas e influir sobre ellas. Pero -a los ojos de los demás- esta diferencia puede ser vista como carisma… o como estigma.

El término «carisma» se refiere al don que tienen algunas personas de atraer -o seducir- a otras. Esta cualidad les confiere superioridad sobre el resto de los integrantes de una comunidad y les facilita el ejercicio de la influencia.

La palabra «estigma» (que etimológicamente significa «tatuar») tiene sus orígenes en las marcas que se les imprimían en la antigüedad a los esclavos, traidores y malhechores. El estigma era una señal de infamia -o de deshonra- que provocaba el menosprecio de los portadores.

En nuestra sociedad, también existen estigmas y se «marca» a las personas diferentes: por ejemplo, a quien tiene deformaciones físicas, defectos de carácter, o pertenece a determinada raza, nacionalidad, o religión. También se señaliza a aquella persona excéntrica, rara, o rebelde frente a las reglas. Todo aquel que, por decirlo de alguna manera, es demasiado «diferente» al resto, resulta estigmatizado.

El estigma es considerado un desvalor porque significa el rechazo del grupo: quien lo lleva, es visto como «marginal«. Podríamos pensar en el estigma como la contraparte del carisma: la persona es considerada «diferente», pero de un modo negativo.

Sin embargo, el carisma y el estigma no son tan opuestos: los rasgos carismáticos son muy cercanos a los estigmáticos. Cuando alguien se distingue de los demás, lo «notable» puede ser fuente de atracción… o de rechazo.

Sabemos que el carisma influye mucho en el liderazgo pero, ¿cómo se relaciona el estigma con el liderazgo? Una conducta y una personalidad extraordinarias pueden servir para que un grupo se cuestione la validez de los comportamientos que asume como «ordinarios». Es así que la diferencia (sea carismática o estigmatizante) puede ser fuente de cambios en una comunidad y permitir a una persona ocupar en ella una posición de referencia. Es decir, convertirse en líder.

Otra muestra de la cercanía entre el carisma y el estigma es que -llevado al extremo- el primero puede convertirse en el segundo. Si se llevan al límite algunas particularidades, un comportamiento positivo se vuelve negativo. Por ejemplo, la humildad es un atributo importante para un líder y puede ser una fuente de carisma, pero limita con la inseguridad que es un atributo de descrédito. Podríamos pensar en otros pares semejantes: verborragia-desparpajo, disciplina-rigidez, originalidad-ridiculez, persuasión-demagogia.

Esto es lo que ocurre con ciertos modelos de liderazgo carismático, como la figura del «padre» o del «héroe». Cualidades que tradicionalmente hacían aparecer al líder como el arquetipo, o la encarnación del «ideal de liderazgo«, pueden resultar contraproducentes, como se muestra a continuación:

Padre: esta imagen se asocia mucho a la de líder, porque inspira dedicación, respeto y hasta un cierto temor reverente. Para cuidar de sus hijos, un padre combina algo despótico con algo benefactor. El líder paternalista aparece ante sus seguidores como alguien comprensivo, protector, preocupado y benevolente y -a la vez- exigente, amenazante, castrador y represor. La fuerza del modelo paternalista se basa en que concilia amor y poder. En muchas organizaciones, el líder cuida de su personal como un padre, pero las personas deben pagar un precio por ese cuidado: someterse a su orden. Es muy difícil aceptar este tipo de liderazgo en el largo plazo, porque no brinda libertad a los seguidores, ni les permite «madurar» (el líder trata a sus subordinados como niños). Esta figura carismática, que en una cultura dependiente puede funcionar, resulta desfavorable en la cultura interdependiente que tienen hoy la mayoría de las organizaciones y comunidades. Así, el paternalismo pasa de ser un atributo de carisma, a uno de estigma.

Héroe: 
es un solitario que enfrenta a todos los enemigos y se gana la admiración, el aprecio y la inmortalidad entre los suyos. No se subordina a otros, es autosuficiente, fuerte y poderoso. Muchas veces, los fundadores y creadores de empresas cumplen la función de héroes en la simbología cultural de sus organizaciones. Pero este arquetipo tiende a chocar contra un modelo de liderazgo compartido, facultamiento y trabajo en equipo. Entonces, aquello que -originalmente- era un rasgo carismático, se vuelve una fuente de descrédito y rechazo.

En los modelos organizacionales actuales, los líderes deben encontrar el equilibrio justo para no convertir su carisma en estigma. Desde luego, moverse «al filo de la hoja» es muy difícil: si no son diferentes, no se distinguen del resto y -como consecuencia- no pueden ejercer una función de liderazgo; pero si son demasiado «diferentes», el carisma se transforma en estigma.

Para que su excepcionalidad sea positiva y ejemplificadora -y no negativa y discriminante- los líderes carismáticos no se apartan completamente de la norma o la generalidad, sino que se mantienen en la periferia de las expectativas de sus seguidores. Reconocen que necesitan una «marca«, algo que los distinga, pero saben que llevar esa distinción al extremo, puede jugarles en contra.

La línea que separa el carisma del estigma es muy delgada. Para no cruzarla es necesario un fuerte carácter, una perspicaz «lectura» de aquello que esperan los seguidores y un conocimiento profundo del entorno y las circunstancias en los que se ejercerá el liderazgo.

El Club de la Efectividad
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