La rata, por mucho que nos pese, es un animal que comparte muchas cosas con el ser humano. Genéticamente incluso más que los simios según algunos estudios científicos. Por eso este animal ha sido utilizado para el estudio en laboratorio de las reacciones humanas. A la rata como al hombre la enloquece y mata el estrés. Seligman, que estudió con ellas el comportamiento animal ante el miedo generado por un premio/castigo aleatorio, comprobó como ante la irracionalidad del azar, sus ratas enfermaban y morían solo con la incorporación de un factor azaroso en el suministro de los castigos. En numerosos ámbitos laborales hoy en día, hay personas que enferman y mueren por el estrés generado porque «alguien» con el suficiente poder introduce en sus vidas el estrés que desencadena un hostigamiento camuflado como «necesidades del servicio», «valoración subjetiva» o «reestructuración necesaria». Si alguien o algo no modifica este castigo aleatorio -en el sentido de que no responda a una justa objetividad- las personas enferman y algunas mueren.

Pero este sacrificio llevado a cabo en algunos núcleos laborales, no es en su origen precisamente resultado del azar sino de todo lo contrario: de un calculado procedimiento de imponer el miedo. Recurre al miedo como instrumento de dominio aquel que necesitando dirigir un grupo carece de liderazgo y carisma para crear un proyecto común. Al no saber crear energía positiva, sinergia dirigida al progreso, atemorizan y así dominan al grupo laboral, que en estas condiciones reduce al mínimo su capacidad productiva. El procedimiento más utilizado para crear el miedo es precisamente el acoso de un miembro de la comunidad. Cuando a alguien se le asigna el papel de chivo expiatorio y recibe un trato inmerecidamente hostil, los que presencian el fenómeno sienten el miedo, pues ven el «azaroso trato hostil» y saben que mientras alguien sufra esa carga, ellos se verán libres de ella. Este procedimiento diabólico es más eficaz cuanto más relevante y respetada sea la persona hostigada: si con él hacen esto, ¡Qué no harían conmigo!

El sistema funciona a la perfección a favor de su promotor en todo salvo en algún pequeño detalle, como que la organización laboral que soporta estas prácticas queda privada de sus mejores elementos productivos, los más creativos, y reduce rápidamente su rentabilidad quedando finalmente sumida en la corrupción, convirtiéndose en un centro de promoción de la enfermedad. Este factor, sin embargo, suele pasar desapercibido al ser la sociedad en su conjunto, y no la empresa, quien paga gran parte de los platos rotos: bajas e incapacidades. Los suicidios cuando los hay, son más baratos. Así el denominado «recurso humano» es sustituido por otro «recurso humano» y el ciclo se repite.

Naturalmente que no es necesario recrearse para conocer del talante moral y ético de las personas que usan de estos procedimientos para ejercer el control a través del miedo. Ni tampoco de los que conociendo estas prácticas, las permiten y amparan so pretexto del bien de la empresa y de su buen nombre. Son estos los verdaderos autores morales de tales sacrificios, como también lo son del grado de malestar, enfermedad e ineficacia que estas empresas llegan a alcanzar.

Solemos entender la corrupción con un concepto muy liso y restrictivo, como algo donde median pagos y cobros. Pero no solo eso es corrupción. La desintegración de la unidad laboral en grupúsculos inconexos fruto de las rivalidades diseñadas, la falta de definición de funciones, la falta de objetivos claros y asequibles, la mala o nula organización son también una forma de corrupción, que por cierto a menudo suele aparecer unida en el espacio y en el tiempo a la económica.

Se me vienen a la mente los recientes titulares de noticias relativas a un pueblo del interior de nuestra isla de Mallorca, de su ayuntamiento y de su alcalde hoy, sometidos a investigación y denuncia pública de algunos de sus actos de compras y ventas, de unas  grabaciones de conversaciones, en definitiva de uno de esos asuntos presuntos. Pero éste, al parecer, muy pero que muy presunto.

¿Será por casualidad que una trabajadora de ese Ayuntamiento denunció una situación de acoso no hace mucho tiempo? Muchas son ya las casualidades, presuntas todas, que se van dando. ¿Tuvieron miedo, presuntamente, los demás trabajadores cuando uno de ellos denunció estar sometido a mobbing? Nadie hará ya esa encuesta y si se hiciese, ¿serían fiables los resultados? Porque donde hay miedo las personas no se manifiestan libremente. Presuntamente es el miedo quien les gobierna, no su conciencia. El miedo y la libertad, como la luz y la oscuridad, tienen incompatibilidad absoluta, donde se da uno, el otro no cabe. Algunos podemos suponer, presuntamente, lo que allí ocurrió. Y también sabemos, esto ya con hechos presuntamente probados, que a aquella trabajadora que nunca parecía haber tenido ningún problema laboral hasta entonces, se la sancionó repetidamente, que perdió su trabajo por una sanción disciplinaria que tenía que ver, presuntamente, con el honor de un alcalde y que este honor, por cierto, alguien lo había valorado en cien euros, con ojo de buen cubero (presuntamente).

Para los que aún hoy puedan permitirse seguir pensando con un cierto grado de libertad, las palabras: ratas, mobbing y corrupción deberían de estar mucho más próximas de lo que su semántica sugiere, y mientras así lo contemplen podrán pensar que se están viviendo razonablemente alejados del miedo. Lo que no cabe duda alguna es un lujo del que pocos gozan y que debería hacerles sentir verdaderamente privilegiados.

Ricardo Pérez-Accino
Presidente de Anamib
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