María Antonia Azcárate Mengual. Mayo 2008.
Cada vez que escucho decir a alguien implicado en la atención a una víctima de acoso laboral que “hay que aprender a perdonar”, siento rabia. Lo dicen de entrada, sin conocer tu historia ni tu dolor ni tu trayectoria. En aras de un supuesto interés por la salud de la víctima y su bienestar, recomiendan el perdón, añadiendo en ocasiones el calificativo de “perdón interior” o “perdón desde dentro”. Añaden toda una batería de tópicos al uso: perdonar pero no olvidar…, perdonar afectivamente, no intelectualmente…, pasar página… La fase teórica del perdón se sitúa en los últimos puestos del proceso de superación del acoso laboral, pero hay profesionales que se empeñan en que la víctima pase de un plumazo desde la fase de identificación del problema, al perdón. Incluso en ocasiones se empeñan en que retome su actividad profesional persistiendo la misma o peor situación que dio origen al acoso. Es como si recomendáramos a una mujer maltratada volver al domicilio conyugal una vez que el juez hubiera desestimado su demanda por no encontrar pruebas de maltrato e incluso, en su sentencia, hubiera culpabilizado a la víctima por crear un clima de “enfrentamiento”.
Lo que en realidad enmascara esta recomendación es la instrucción de abandonar la lucha por contar la verdad, por difundir este fenómeno violento que deja tantas víctimas exhaustas.
A mi modo de ver, la estrategia debiera más bien ir encaminada a enseñar a pedir perdón al compañero que miró para otro lado, al sindicato profesional que no hizo nada, a la empresa que consintió, al sanitario que ignoró la pérdida de salud cuando el paciente suplicaba ayuda, al abogado que no supo contar la historia, al juez que no supo ver el acoso…Pero para pedir perdón hay que ser consciente del daño que se ha hecho y de los errores cometidos y por tanto hacer el propósito de no repetirlos. Si el acosado transmite su dolor, porque le han dejado contarlo, y los agentes sociales implicados son capaces de escuchar, ayudarán entonces a la víctima, con su trabajo bien hecho, a recuperar la dignidad y la salud y a obtener una nueva identidad, porque la que tenía se rompió, y tal vez después, pueda empezar a perdonar.