Rf.doc.1247-210625
ANAM-IB
PROGRAMA ANUAL DE ENCUENTRO CON SOCIOS
LUGAR: MADRID ciudad
FECHAS: 13 a 16 JUNIO 2025
SECCIÓN: Comisión Especial (Presidencia y Secretaría)
Denominación Actividad: QUEDADA ANAMIB/2025-MADRID
MEMORIA ACTIVIDAD. –
AUTOR: Miquel Palou Bosch
Tal y como estaba previsto, el 13 de junio de 2025 partió la comisión de Anam-IB,
desde Palma de Mallorca a Madrid-Ciudad. El vuelo salía un poco más tarde de lo esperado,
debido a cierta saturación en el aeropuerto de Son Sant Joan (PM). Sobre las 12.30 hs
estábamos ya en un Madrid pletórico de luz, en su terminal 2 (Adolfo Suárez/Barajas). Sin
equipaje que esperar a recoger, la Comisión se dirige hacia las vías que le llevarán hasta Sol.
Sin embargo, por errores debido a un hado incontrolable, salimos en Tribunal; pero no
tenemos problemas en caminar y observar los edificios pintorescos e históricos de la zona.
Además, a alguien se le ocurre que cerca de la calle Farmacia existía una cierta tabernita.
Buscando tranquilamente y con ilusión medida, entramos en la calle Santa Brígida. Y,
efectivamente, en su número 1 vemos el rótulo comercial “Marisquería Ribeira do Miño”, que
sólo el nombre ya remueve el apetito de la humilde Comisión de la entidad asociativa,
especialmente de la persona acostumbrada a otros aires más isleños. La atmósfera que aúna la
hermosa Galicia con el histórico Madrid reconforta gratamente haberse confundido en la
salida del metro. No se sabe a qué hora entraba la Comisión a tal amable y agradable lugar,
pero hasta las 16.45 horas no salía la susodicha de la encantadora, como auténtica mansa
meiga, bodeguilla. Y no sólo fueron los manjares, a buen precio, que restauraron las fisiologías
de las criaturas que componían la ya repetida Comisión, sino que, otros comensales cercanos a
la mesa de los aludidos, se acercaron con tranquilidad y dehiscencia sosegada a los espíritus de
los viajantes. A buenos traguitos de queimada, dos parejas, una joven y a mitad de sus vidas,
con esplendorosas ilusiones y esperanzas, y otra ya más entrada en años, pero con la misma
categoría de deseos y ánimos, quisieron compartir con la Comisión su brindis a la vida, a la
perspectiva favorable, al optimismo. Algo que animó muy mucho a la Comisión, llena de
proyectos y tareas por realizar.
El coordinador de la expedición, una vez localizado el alojamiento, en calle del
Príncipe, nº 7, el Madrid de los Austrias, procede al estudio minucioso para conocer el
procedimiento de la llave electrónica facilitada. Siendo infructuosa la tarea del análisis,
descifrado y aplicación de las instrucciones recibidas, la parte afectada tiene la suerte de
disfrutar de la ayuda casual de una persona aneja a la propiedad del hostal. La Comisión, por
fin, después de una media hora de intentos a la entrada del edificio, consigue llegar a su
habitación; siendo que, a pesar de ello, no había acabado el sutil calvario, pues no se podía
entrar en aquélla, también con cerradura electrónica. Después de varias llamadas telefónicas,
el coordinador, claramente exánime, es capaz de abrir la puerta 205. Finalmente, la Comisión
es apta para entrar en la que será su residencia durante tres días en el barrio de Las Letras, de
histórica tradición dramatúrgica (siglos XVI a XVII). No en vano todavía está en activo el Teatro
Español, antiguo Teatro del Príncipe.
Procediendo, la Comisión, después de la aturullada entrada en palacio, a cierta revisión
de los aposentos, rápida y con pocas energías, se acuerda por unanimidad recuperar fuerzas con una meritada siesta castellana, habiendo antes, el sufrido coordinador, contactado con las
personas de la Península que acudirán a los encuentros programados por la Entidad.
El primer encuentro se realiza en el restaurante Tang Chu, en su hermosa y fresca
terraza, adosada justo al perímetro de la plaza de España, más bien tirando a Este de la misma.
Allí se comentaron, razonaron, distendidamente, opiniones, consignas, conceptos, ideas y
hasta sentimientos y emociones. Allí, cierta catarsis se explayó. Allí, la mucha carga de
cuestiones contraídas en las almas de los asistentes, pudieron liberarse, y hasta aliviarse un
poco.
Una vez concluido en primer encuentro, una de las asistentes tuvo la amabilidad de
convertirse en guía turística por el antiguo entorno del Palacio Real, explicando
detalladamente la historia de cada lugar, de cada recoveco, de cada rincón escondido, llenos
de leyendas, sucesos, crónicas, intrigas, bulos… Agradecida estuvo la humilde Comisión de
aquellas lecciones historiográficas y amenas a las tantas ya de la madrugada. Especialmente lo
estuvo el miembro mallorquín de la Comisión, ser indocto en las antiguas tierras carpetanas.
El segundo día, sábado día 14, el encuentro se realizaba en pleno centro de la gran
ciudad. Se visitó el amplio y verde parque de “El Buen Retiro”. Un hermoso sol que parecía
ofrecerse por los viejos dioses castellanos, se expandía sobre el encuentro especial de los
miembros de la Asociación mallorquina. Fueron espacios, además, que nos permitieron
atender la Feria del Libro, extendida por varias calles del “Buen Retiro”. Incluso, uno de los
miembros de la expedición tuvo la osadía de acercarse a un tímido quiosco, sin clientes ni
curiosos, en el que aparecía un autor muy conocido, con 91 años ya cumplidos (el 1 de
noviembre de 2025, cumplirá, esperemos, 92 años). “Deje que le dé la mano, profesor; ya que
sólo había podido verle en televisión”, exhortó el seguidor intelectual del maestro. Y, qué duda
cabe, el profesor ofreció su última obra al adulador. Y, qué duda cabe, éste adquiría el texto a
un módico precio.
Luego, bajo la sombra de un quitasol, el encuentro se sentó con refrescos y algún
modesto aperitivo. Después de una larga charla, comedida y reconfortante, en la que se
“golisfeó” y “golismeó” cada caseta de la feria, el grupo acordó acercarse a lugares que
pudieran reconstituir su materia. Así, se encontró, ya por la tarde, un sitio tranquilo y con
atención resignada que atendió nuestras peticiones. Todos los miembros quedaron satisfechos
del yantar ofrecido. Y hasta alguna propinita cayó sobre la bandeja de la humilde cuenta.
Después de jamar, el grupo acordó recibir a un miembro de los encuentros que no
pudo llegar a tiempo el día anterior. Los excursionistas urbanos (o peregrinos, si se quiere, de
la vida) se dirigieron a la vieja, aunque restaurada (bueno, siempre restaurándose), estación de
Atocha. Las antiguas instalaciones, que datan de 1851, recibía a los participantes de la
Quedada/25-Anamib con ajetreo y reverberación (de sonidos y ruidos, estridencias y
alborotos; aunque pudiera haber sido peor). Mientras una parte de la comitiva se escondía con
algún refresco, merecido, detrás de unas enormes columnas que sostienen las estructuras de
la vieja estación, otra persona se dirigió a recoger al miembro tan queridamente esperado. Y
de pronto, con humilde sorpresa, la comparsa apareció por detrás de la invitada recién llegada.
Mientras la amable y simpática anfitriona del albergue recogía las maletas de la invitada para
llevarlas a su modesta morada, la comitiva se dirigió hacia un lugar para compartir con la
viajante y recién incorporada al grupo. Las horas pasaron, entre refresco y refresco, entre
palabras y discursos, entre sonrisas y risas, obviando los estrépitos de la antigua calle de
Atocha, entre buses y vehículos, motocicletas y camiones; entre, incluso, los vapores que sin control salían de unos enormes respiraderos del metro. Pero, a pesar de ello, la comitiva se
concentraba en la dilección con cada cofrade.
Ya, en un momento determinado, acuerda el grupo desplazarse hacia otros lugares
más atractivos y, tal vez, más silenciosos. Una parte, debido al cansancio producido por las
extensas calles madrileñas, o por cuestiones particulares de sus capacidades físicas, deciden
desplazarse en bus, mientras otros utilizan el antiguo elemento de locomoción: sus propias
piernas, sus propios pies, su propio corazón.
Llegados al punto de encuentro acordado, después de pasar por calles del centro de
Madrid, la Quedada/25 llega hasta los parques del Palacio Real, entrando en la calle Felipe V, y
sentándose en el número 6, lugar afortunado sugerido por una participante del evento. La
bonita terraza de la “Taberna del Alabardero”, ofrecerá cómoda silla, buena bebida y
exquisitos pincho y tapas. Charla añadida de los comensales. Ya a las 23.56 horas, pagando y
propinando a los atentos camareros, el grupo decide acudir a un concierto, salvo un miembro
que, por cansancio, decide retirarse.
Hasta la madrugada del domingo, se escucha música en vivo y se bebe
moderadamente, aprovechando el grupo una oferta por mediación de una de las personas
residentes en Madrid y conocedora del lugar.
Se retira el grupo observando las blancas nubes de un cielo azul, distinguiendo su color
por las titilantes estrellas y los luceros de la Luna y de Venus que parecen bendecir a la gran
ciudad, la capital que representa a un país de cuarenta y ocho millones de personas, muchos
más habitantes ya que cuando empezaron a poblar las tribus prerrománicas, como los
tartesios, los lacetanos, los vacceos y los astures, y los carpetanos, y los vetones, y los íberos, y
los celtas, y los galaicos…
Se acuerda reponerse con un meritorio y justo descanso, optando por evitar madrugón
alguno; y quien sepa y pueda, se sugiere, sueñe con espíritus bonachones que coloquen los
infusorios de nuestras mentes en sus lugares adecuados, para que nuestra razón, nuestro
pensar, nuestro entender (y comprender) nos hagan cavilar con calma y reposo, solventando
las dudas y tomando decisiones sin temor a los posibles reveses.
Al día siguiente, se intenta visitar las exposiciones del museo del Palacio de
Comunicaciones, hoy denominado Palacio de Cibeles, inaugurado en 1919, tardándose doce
años en construirse (1907-1919); pero el centro se encuentra cerrado por descanso del
personal. Intentamos acudir al museo del Ejército, muy cerca del anterior (de hecho, vecino),
pero también resulta cerrado. Finalmente, nos encontramos con el Real Jardín Botánico de
Madrid, administrado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Ministerio de
Ciencia…), siendo su entrada de fácil acceso, tanto de público como de precio. Fue en 1755
cuando Fernando VI ordena la creación del jardín (Huertas de Migas Calientes, en los aledaños
de la Puerta del Hierro). Pero su tocayo, Carlos III, ordenó su traslado en su actual ubicación,
en el Paseo del Prado. La orden de Carlos se produjo en 1774, y en 1781 se inauguraba el
nuevo jardín.
Entre sus glorietas y estanques, invernaderos, paseos, emparrados y las diversas
colecciones de rocalla, bulbos y plantas de rocalla, plantas suculentas, praderas ornamentales
y los graciosos bonsáis, la comitiva distendida disertaba sobre las cuestiones del mundo, y las
suyas propias. Particularmente se apreció la exposición dedicada al bonsái, palabra cuya
historia no tiene mucho secreto. El vocablo, por lo que ha podido averiguar este cronista, nos llega del idioma japonés: “bon”, plato grande o cuenco; “sai”, planta. El bonsái representa la
delicadeza y paciencia, algo muy necesario en la vida de las criaturas humanas; pero algo,
desgraciadamente, muy poco considerado o respetado.
La pequeña planta, o árbol enano, se clasifica según varios elementos de forma, estilo
o especie. Así, parece ser, podemos hablar del estilo “bosque” (si son varios arbolitos juntos en
el cuenco), del estilo cascada (si el árbol tiene su copa en caída hacia la base del plato o
maceta), de estilo vertical formal, vertical informal, en semicascada, de tronco pelado y
curvado, etc.
Algunos piensan que los bonsáis significan un intento de domeñar a la planta, por
parte de su cuidador; otras opiniones se centran en que su cultivador o floricultor sólo ayuda a
la planta a su crecimiento, según los movimientos de los aires y de las temperaturas, de las
necesidades de humedad o agua, abonos o similares.
Nos acompañaron en silencio los bonsáis del Real Jardín, obra gratificante para una
gran ciudad. Escucharon los enanos árboles, perennes de hoja algunos, caducifolios otros,
bellos todos, nuestras palabras soltadas al viento, e incluso nuestros pensamientos callados.
Tímidamente, entre plantas se alargó un mañana esperada, depuradora, purificante.
Tras el paseo, por las bellezas de la naturaleza viva y coloreada, el grupo se trasladó
hasta el Paseo de las Delicias. Ahí, en su número 7, nos esperaba el antiguo local La Taberna.
Había encargado, el comité organizador (bueno, más bien el sufrido coordinador), un auténtico
“cocido madrileño”, con sus patatas, sus garbanzos, sus choricitos, tocino, verdurita…pero
mejor sean las palabras de sus propios autores, Domínguez y Menéndez, las que describan la
exquisitez de la vianda:
“El cocido es un manjar de reyes y cardenales, de engolados y “Aldonzas”, de albañiles y
cabales. El cocido es en Madrid base de nuestros ancestros, aristocrático y pobre […]
Adafina fue su origen de manos de algún judío, luego el cristiano le puso tocino y los chorizos, y
el labrador le añadió la verdurita que quiso.
Primero se llamó olla y después puchero.
El agua y los “gabrielitos” son la pauta del invento.
Agua fina de Madrid, poca sal y mucho aliento.
El garbanzo que plantara Asdrúbal por estos predios,
les daba a sus soldados fósforo, potasio y hierro.
[Los] siglos XV y XVI afinaron el ungüento
y allá por el XVII se hace cita
de poetas, escritores y talentos…
[…]
El pueblo también conoce los sabores del puchero.
Y dentro del XIX se hace castizo este esmero
que se cuela en los sainetes con muchísimo salero.
Cocidito de las doce que come en “to Madrí” y “to Madrí”
huele a gloría porque sí.”
Domínguez y Menéndez.
La Tabera, Pº de las Delicicas, 7;
Bar Menéndez, Mercado de Sta. María, puesto 27, Pº Sta. María de la Cabeza, 41
El cocido nos pareció exquisito. Este cronista ya quedó con ello satisfecho de su
tranquila estancia por Madrid. Ahora mismo no es capaz de acordarse de nada más. Pero
abierta está esta crónica para quien quiera participar. Vago recuerdo de una tarde dominical,
supongo porque este comentarista de la actividad de Anam-ib (Quedada/25-Madrid) ya había
quedado impregnado de una experiencia placentera y confortable, y quién sabe que algo de
morriña emergía de su interior, pues la agradable compañía llegaba a su fin.
Para finalizar, se agradece con sinceridad la participación de la Asociación, a pesar de
sus circunstancias personales ligadas a ciertas alteraciones o contrariedades en su vida laboral.
Nuestra Entidad intentará siempre estar al lado de quienes, desgraciadamente, no pueden
laborar en paz y con la mente despejada.
Muchas gracias.
jpg-1790-El Real Jardín Botánico desde el Paseo del Prado (hacia 1790). Luis Paret y Alcázar.
Museo del Prado. Fuente: https://rjb.csic.es/el-rjb/historia/