¿Qué pasa en el mundo laboral? ¿Es que ha irrumpido una enfermedad y no sabemos pararla? ¿A que se debe el mal ambiente que se ha hecho dueño de las oficinas de las empresas? ¿Por donde entran las dosis de agresividad y mal rollo de que disfrutamos hoy en nuestro trabajo? Pero bueno, ¿No quedamos en que vivimos en un estado de bienestar, que tenemos de todo, que cobramos a fin de mes, que tenemos un seguro de enfermedad, que la caja de la seguridad social sigue siendo caja… de ¿ahorros? Pues entonces cual es la explicación al mal rollo que vemos día a día en el trabajo.

Hoy, tomando café, que es la forma más corta de definir un receso laboral, y aún con la imagen en la retina de mis colegas en la puerta de la oficina echando su cigarrillo legal a la intemperie,  recordaba yo los trujas que nos metíamos entre pecho y espalda en el cole escondidos en el baño, por relevos, haciendo sauna tabaquera. Las caras de mis colegas hoy eran iguales de furtivas pero mucho menos orgullosas, escondían la pava en la palma, el mismo gesto de entonces… cuarenta años después…

En el bar, a mi lado, un alcohólico nada anónimo mataba el gusanillo con una caña de vino de tetrabrik que le calmaba los temblores del mono como el mejor ansiolítico. Al otro lado de la barra, de esos cuarenta centímetros de frontera que más separan en el mundo, el camarero hacía como que escuchaba su historia sempiterna de sus tiempos de ejecutivo de multinacional. ¿Cómo se pasa de yupi de pro a alcohólico pensionista? Se me han ocurrido algunos caminos para esta particular forma de promoción profesional. Conozco casos. Algunos han llegado en su carrera a metas poco esperadas, desde las que ya no han podido reincorporarse a la competición laboral en que se había convertido su trabajo. A unos los retiró el corazón, versión forense de enfermedades cardiacas provocadas por el estrés, otros doblaron por la cabeza, no tenían la fortaleza suficiente, alguno se tiró por un balcón después de una larga y dolorosa esquizofrenia, a cuyo informe médico nadie añadió las insoportables dosis de estrés que había soportado por un caótico entorno laboral. Otros, los más discretos de entre las víctimas de estrés, habían acabado con enfermedades crónicas de mejor o peor pronóstico: úlceras gástricas, colon irritable… cáncer…  Unos quemados profesionales, otros incinerados en los tanatorios municipales: todos hechos carbón.

¡La vida es dura! Dicen algunos, sobre todo los que hoy ocupan los puestos de los carbonizados, los beneficiados del correr del escalafón. ¡Hemos venido al mundo a sufrir! Dicen otros, los que han sido incapaces de disfrutar de todo lo que la vida ofrece. Ni lo uno ni lo otro es cierto, son solo versiones, relatos sesgados de participantes interesados en un mundo laboral sin ética y con el sentido común perdido. Las cosas no son a menudo lo que parecen. Las cosas no son, casi nunca, como nos cuentan los beneficiados, y desde luego nunca son lo que nos cuentan las versiones oficiales, cuyo propio nombre, versión oficial, ya da idea de  su verdadera relación con la verdad. Si uno quiere conocer el cómo y el porqué de estas relaciones laborales violentas, del sentido y la razón de la presencia de la agresividad sin límite en los centros de trabajo, nadie más que uno mismo debe ser el analista y barajar sus propios datos sin permitir que otro le dé su versión de los hechos. Debe mirar desde lejos, con objetividad, apartar los prejuicios y no sumarse al carro de oportunistas, no apuntarse a los meritos de guerra para ascensos en tiempo de paz. Debe ver, analizar y poner su sentido común a funcionar. Debe observar.

¿Quieres saber por qué ocurren estas cosas? Hay un virus antiguo, responsable de esta epidemia. Obsérvalo. Mira, mira y verás.

 

Ricardo Pérez-Accino.

www.anamib.com