CUANDO EL MEJOR HELADO  
ES PURÉ DE PATATAS TEÑIDO[1]
Francisco Fuertes Martínez
fuerters@psi.uji.es

Los bancos nos han dejado colectivamente helados; pero desde hace por lo menos una década, mucha gente -psicológicamente violentada desde las mismas tácticas economicistas- tirita en tragedias privadas.

Los publicitarios gráficos saben que un helado genuino no resistiría una sesión fotográfica; pronto se vería pringoso, derretido por los focos. Algo análogo ocurre con los cubitos de hielo: el metacrilato da mejor imagen de témpano diamantino que el hielo real. Queda claro: cuando la valoración de un helado, o de un cubito, se reduce a su mera apariencia visual, los ganadores resultan ser tibio puré de patatas teñido o pétreos bloques de metacrilato.

Masivamente –aunque voces individuales ya nos lo advirtieron- acabamos de convencernos de que cuando la calidad de un banco, o empresa en general, se reduce -sobre cualquier otro aspecto- a su valor en bolsa, “los mejores” devienen aberraciones de su identidad original o públicamente pretendida.

De algunas primeras neveras que apenas cumplían su función, se decía: “esta es la mejor, enfría mucho”; pero ello no nos ha abocado a frigoríficos caseros criogénicos. Ni los imprecisos relojes de cuerda –más dados a retrasar que a adelantar- los hemos sustituido por ventiladores. Tampoco nadie come hoy páginas publicitarias de helados, ni otros platos sistemáticamente trucados.

Cuando se trata de cosas que manipulamos habitualmente, tal teatralidad no sale de su ámbito; el problema empieza al vérnoslas con procesos o fenómenos que sólo conocemos como espectadores. Como ciudadanos sabemos poco de las intimidades de los bancos; pero no tanto más, del deporte de alto rendimiento, por ejemplo.

Un Principio General para toda esta casuística, y otras que otearemos:

Cuando la valoración o retroalimentación de un todo complejo se reduce a un único, o unos pocos criterios, tal sistema tiende hacia una aberración o transmutación del concepto original”.

Corolario escolar: Para mejorar un todo, y no mudar a otro caóticamente impredecible, su evaluación ha de hacerse con un abanico amplio y heterogéneo de índices. Cierto que las catástrofes a veces son creativas, pero ¡los experimentos mejor con gaseosa!

Admitamos que puede haber una relación válida entre el rasgo medido y el concepto evaluado (peso/salud, por ejemplo) dentro de un rango de variación estadísticamente normal. La alarma salta al traspasar unos límites: en los casos outliners, o “estratosféricos” en el criterio en danza, la relación con el concepto, la sustancia, llega a ser absurda. Ni siquiera nula, peligrosamente aberrante, e incluso contraria.

Es el caso de los individuos más dados a la violencia psicológica. Mientras que los no violentos guían sus vidas con cargo a un abanico de metas colaboradoras amplio: ser o llegar a ser –no sólo parecer- hijo, amigo, ciudadano, amante, esposo, profesional,  persona… respetable y respetado; sin embargo, entre las personalidades violentas abundan aquéllos con un proyecto de vida competidor y monotemático, a la vez que virtual, intangible: Tratan exclusivamente parecer, y sólo parecer, el más listo, prestigioso, eficaz, popular, abnegado, honesto, seductor, permanentemente dominante… en definitiva, cualquier monovalor personal cotizable en la interacción social.

Paso por alto los riesgos (menores) cuando se trata de un solo criterio objetivo o auténtico, tanto en lo físico, como en lo institucional o en lo personal. Quiero centrarme en el crudo peligro de los criterios únicos o de prioridad absoluta, cuando además son en exclusiva socialmente construidos, percibidos, virtuales; sin sustancia real ni directamente contrastables. Peor aún, cuando buscan disfrazar la antisustancia: la ignorancia, el egocentrismo, la impotencia, el complejo de inferioridad, la ineficiencia, el oportunismo; el antivalor, en definitiva.

Si lo que planteo es cierto, en un futuro descubriremos que en las empresas que hoy están en quiebra por estas tácticas miopes, especulativas, tiempo atrás hubo en su seno una espiral de empleados acosados -los que defendían y practicaban la estrategia de abarcar las múltiples tácticas que la eficiencia autentica del negocio exigía- paulatinamente anulados por “brillantes” conseguidores de objetivos especulativos y únicos, con quienes las autoridades corporativas se complacían. Podríamos ver otras entidades llegar al borde de la quiebra económica o social; dada la conocida alta incidencia y escasa atención política a este mal.

[1] Quaderns de Salut Laboral i Medi Ambient, Època II – Nº 1 (4). Març 2009.